jueves, 26 de abril de 2012

El niño descazadito (capítulo primero, página 5)

Aquel ser tenía el rostro descarnado. Graves heridas pustulaban sin llegar a cicatrizar su piel. Vestía jirones de ropa, probablemente por que se los había ido arrancando él mismo. No tenía labios y sus dientes amarillentos aparecían con fiereza. Aunque no se le veía muy ágil, si se mostraba furioso, y en cuanto vio que se abría el panel corredizo estiraba los brazós con ansia, chocándose con los barrotes de protección. Hauser, todavía con el Luger en la mano alzó el brazo y le disparó en el pecho, como hiciera con el anterior. Pero esta vez, si bien el impacto le lanzó hacia atrás, no le derrumbó, y bien pronto volvió a las andadas.

- Esta es la última fase de la infestación. Sus latidos se han reducido a dos o tres por minuto, fíjese bien que digo por minuto -añadió Hauser, obviamente interesado por estos detalles que al Standarteführer no le importaban demasiado.-  Ah, por cierto, preguntaba usted si son agresivos, verá.

Se giró hacia su compañero de laboratorio.

-¿Está preparado el habítáculo del segundo objeto?
- Me he tomado la libertad de arreglarlo ya, para que nuestro Standartenführer tenga una visión completa de las posibilidades de nuestro hallazgo.
- Abra pues la segunda jaula.

Doktor Schneedorf accionó una palanca y una compuerta se abrió en un lateral. De ella surgió un dobermann ladrando furiosamente. Alzó los ojos y gruñó con rabia al engendro que allí se hallaba.

- Los tenemos varios días sin comer -comentó Schneedorf- a los perros, me refiero.

El can se lanzó hacia aquel monstruoso ser que un día fue un hombre. Aferró sus dientes a una de sus piernas. Y sin embargo, este no mostró ninguna seña de dolor, simplemente miró al  perro y desgarró con sus manos el lomo de este, que soltó a su presa y comenzó  a aullar. Aún intentaba defenderse mientras este se abalanzaba a morder su carne con fruición salvaje, y murió entre estertores.

Lieblich estaba pálido.

- Imaginese a un soldado del Ejército Rojo en lugar de ese perro- murmuró Schneedorf. El oficial le miró con desprecio.

Sonaron entonces unos golpes en una de las puertas metálicas. Una voz de niño gemía tras ella. "Dejadme salir" decía. Tan lastimeramente que Lieblich se inclinó hacia el picaporte para abrir la puerta.

-Un momento - le advirtió Hauser- no sé si está usted preparado para contemplar lo que hay tras esta puerta.

- ¿Otro de sus engendros? preguntó

- Bueno, diríase que sí, pero no como estos que ha visto, aunque nos basamos en principios reactivos similares. En este caso fue el doktor Scheedorf quien se empeñó en continuar esta vía de investigación.

- ¿De qué se trata? tartamudeó el oficial

- Nosotros - comenzó a decir Schneedorf- lo llamamos "el niño descabezadito". Luego rió levemente, divertido por aquella ocurrencia.

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